miércoles, 11 de abril de 2007

Quieres ser interesante? Cómete una lata de guisantes "El elefante"

Tengo un amigo cojonudo. Era una caricatura de sí mismo, tan pequeñirroncillo, que no llegaba a los bordes de las aceras. Trabajaba de listero en una fábrica de topes para vagones de tren, para las vias. Vamos, que iba a tope. Cada vez tenía que recontar, en medio del polvo negro de la fundición, las piezas que salían buenas del vibrador.

Enmedio de ese ruido ensordecedor, de ese calor asfixiante, olor a azufre, fuego y demonio satán, allí vivía él, buscando esa pieza perdida caida debajo del vagón de alimentación, ese trocete de pieza escondido por alguien detrás de un montón de palets...sin contar las catacumbas.

Eso era infrahumano, cuando tenía que contar los topes que se habían ido a dar una vuelta por el subterráneo, que no era sinó el retorno de la máquina, de las piezas desenmoldadas. Si por arriba, la nave, negra y sucia, daba asco, por debajo, daba risa, sinó te hacía estirar la pata.

Tal personajillo, se movía como pez en el agua, entre mineros de torso desnudo posibles objetivos de calendario de desnudos cualquiera, y cigarros ducados y caliqueños y bombillas de 10 ptas de la época.


Pero lo que era impresionante era el verle comer, y lo que le sucedió comiendo. El chico, no tenía quien le cocinara, puesto que era hijo de madre desconocida y padre soltero. De ser pequeño, se volvió gigante, tan sólo comiendo guisantes "El elefante".

Se cogía su pañuelo desaguisado, mocoso, zurcido y rasposo, y lo ponía encima de la mesa de listero. Cogía un par de papeles como fregamorros, un vaso lleno de manchas de vino rancio, y una lata de guisantes por abrir. Le daba al abridor, y tiraba el líquido en la planta de al lado, que se había secado de tal aporte de proteinas. Finalmente, con el tenedor plegable, daba buena cuenta de los guisantillos, que como dije, le provocaron una metamorfosis increible. Cuando entró en la fábrica, no medía más de metro y algo. Cuando salió, pasó del metro ochenta. No sería quizás por los mejillones que él mismo calentaba al lado del cubilote, la verdad es que echaban chispas al cogerlos con el tenedor. Más bien, estoy convencido, porque esos guisantes tenían algo extraordinario, estaban tocados por algo úránico y seguramente rocambolesco. Se diría, que alguno incluso quería escapar, al intentar pincharlo con el soporte de las gafas.

AL pibe en cuestión, cuando entró, le llamaban el pequeño Laúd, con cariño, y cuando salió, le sacaron el mento de "el tremendo trombón".

Los huevitos del pequeño laud después de un par de meses debajo del cubilote





Hale a echar el resto de la tarde, a este jet lag le cuesta irse un cop ón

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