lunes, 19 de febrero de 2007

David y el Niemicéfalo

Apoyado en la barra, y apurando sorbo a sorbo los últimos posos de su café, David Corniales meditaba sobre lo que su jefe le había dicho por la mañana: Sr Corniales, decididamente, Vd es un cornejo mostrenco, como se vuelva a equivocar, va directo a la puta calle.

Hasta ese día, David se había tomado su trabajo en serio. Tenía que reconocer que no era un veterano. Había acabado la licenciatura hacía dos años, y gracias a un conocido, consiguió entrar en esta empresa, por suerte debido a sus conocimientos de informática básica y programación en Lotus avanzado.

Dedicaba muchas horas, incluso más de las establecidas, pero no por afán de peloteo ni por necesidad de escalada profesional, sinó por otro motivo más ingenuo: el de querer dar lo máximo de si mismo en beneficio de...bueno de quien, de la empresa? o de su jefe? o del propietario.

De hecho, mirándolo bien, seguramente David tenía un trauma infantil, quizás una especie de falta paterna o de necesidad de justificación. Sea lo que fuere, David buscaba cariño. Y el cariño en la empresa se llama reconocimiento. Llegados a este punto, David se exprimía y se crujía por rentabilizar sus horas y alargar incluso su presencia mucho más lejos de lo humanamente posible.

De esta guisa, la relación con sus jefes era buena. Todo el mundo le reconocía por ser capaz de aceptar incluso los trabajos que no le correspondían, siempre tenía un sí para todo, y desarrollaba el (que no su) trabajo de forma relativamente satisfactoria (teniendo en cuenta que todo lo realizaba como si tuviera un petardo en el culo)

Un día apareció el Niemicéfalo. Así le llamaban al chico rubiales, un poco más alto que David, con ojos azules. Al parecer, era extranjero, y venía a desarrollar un trabajo parecido al de David. Cuando David se enteró, recordó lo que habían estado planeando durante tiempo: necesitaban ayuda, y a poder ser con un idioma, puesto que nos llegaban reclamaciones de los alemanes que no se respondían.

David lo recibió calurosamente, y comprendió pronto porqué le llamaban Niemicéfalo. Tenía toda la mitad del centro parriba cubierta de parrulos, y la parte central, una nimiedad, la tenía resquebrajada y con una pequeño falo. De ahí el nombre.

David se preguntaba cómo el jefe no le comentó nada, pero lo encajó bien. Como que tenía un ordenador PC y un portátil, le dejó el portátil, y le adiestró en los puntos clave del trabajo que él mismo hacía.

Así transcurrió un tiempo, un tiempo largo, y durante este tiempo se realizaron muchos negocios. David tenía muy buena posición en la empresa, aunque el sueldo aún no se lo habían tocado desde que entró, pero no pasaba nada, el sacrificio de David pasaba por esto también, sin ningún problema. David creía ciegamente en el sacrificio y le gustaba demostrarlo.

Un día, estaban discutiendo con el jefe. Sobre un tema de garantías y reclamaciones. Niemicéfalo estaba de viaje, pero no se sabe cómo, al jefe se le escapo pregonamente cuál era el valor del sueldo del Niemicéfalo. David se quedó de piedra. Esa capacidad de sacrificio, esa entereza, esa entrega se le heló en la sangre. El Sr Niemi ya entró con un sueldo superior al suyo. David se notó mareado, espetó a su jefe un par de palabras inconexas, éste creyó reconocér haber soltado algo de más, y el mundo se perdió de vista. Sin más conversación, David se fue directamente a su silla para no caer redondo.

Ahí, una vez llegado, empezó a ver imágenes como diapositivas en su pensamiento, totalmente mudo, congelado por una foto finish, ahí, David empezó a reencontrarse consigo mismo. Su primera gran lección laboral, había sido concedida. Lo que no sabemos, es cuánto aprendió de ésta.

Continuará....

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