martes, 6 de marzo de 2007

Llegando a la ofis que es Gerundio (5to)

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Por fin David llegó a la oficina. Flanqueando la puerta del parking, diligentemente buscó un hueco y aparcó el coche. En esa carretera, que había que cruzar para poder entrar, no sin haber esperando un rato en el centro sin carril, se habían matado más de mil. Por suerte, ahora habían hecho una autovía y no pasaba el mismo tráfico, pero Dios le dé.

Pues, se sentía aliviado porque por la puerta, almenos, nadie le vería entrar...aparte de la telefonista, claro. Día sí día también, debía dar cuentas de sus ultimas medias horitas a la chica de recepción. Pero por suerte, ese día, estaba tan ocupada con el teléfono intentando pasar llamadas e intentando encontrar a la gente por la fábrica, que ni tan sólo me saludó.

Subió las escaleras con gesto apresurado, fijando la mirada en la gruesa capa de polvo vertical que cubría las paredes amarillas. Ciertamente necesitaba una limpieza esta oficina, pero esto es lo que hay, y me ahorro los comentarios de los lavabos.

Finalmente, se sentó en su mesa. Bueno, antes de sentarse, la secre de nacional (porque tenemos nacional y exportación, hay los dos mercados para vender), le preguntó que adónde viajaba a la mañana siguiente. Le dijo que se iba a Alemania, y sin mucho ánimo, le dijo que a Monchengladbach -sin atisbo de confianza en que ella conociera esa típica localidad alemana. Sin embargo, para su sorpresa, lo conocía, ya que, según ella, es la ciudad -con aeródromo de tercera regional- que tiene como equipo al Borussia de Monchengladbach, que jugó con el Barça no sé cuando. David no tenía la más remota idea, él lo del futbol siempre le había aburrido someramente. Total, la conversación siguió, repasando el Borussia de Dortmund etc etc. Finalmente David pudo esquivar la interesante conversación merced a la necesidad de café que su cuerpo le creaba. No era sinó el segundo del día, y realmente si algo había importante en sus quehaceres, era lo de la màquina de café.

El jefe seguía sin aparecer, y el corrillo de la máquina de café parecía interesante. La fábrica, a su lado, con sus ruidos infernales de maquinaria pesada, de golpes, cortes con radial y soldadura, dejaba la trompa de eustaquio como la parrilla de una locomotora de vapor. La conversación, otra vez, derivó al fútbol, y finalmente decidió, cargar con el fatuo café de calcetín y dirigirse finalmente a su mesa, para abrir el ordenador y atender los faxes que se amontonaban en su cubeta.
Ya casi era la 13:00, y en tan sólo un instante sería la hora de la pausa de la comida. Ahí finalmente debería atender a alguna explicación sobre fútbol seguramente.

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